Rest My Chemistry - Interpol (It's been 1,624 Days, and yes I am counting)
Pienso en todo lo que pasó hace un mes, o más bien, pienso en todo lo que viene sucediendo desde hace un mes. Me considero afortunada, las circunstancias emocionales que rodean mi día a día declaran un objeto inamovible en el gran plan cosmológico. Imagino que debe ser así, de otra forma, me quejaré amargamente por considerarlo todo demasiado kitsch, ultra kitsch, whatever that means.
Empecé este blog hace algo más de cuatro años; no tenía realmente mucha esperanza en mantenerme atenta al proyecto. Como casi todos los hobbies que intento convertir en mi carta de la suerte, esperaba que la escritura metódica en una plataforma oblicua y anticuada como Blogger me resultara insufrible a los dos meses, sin embargo, and against all odds really, here I am four years, five months, and ten days into the making of this batshit crazy thing. I'm still in awe.
Cuatro años, cinco meses, diez días. Impresionante, me hiela la piel darme cuenta que aún no termino de procesar todas las cosas que sucedieron -y siguen sucediendo- desde el día en que escribí el primer ensayo (no estoy segura si mi escritura consiste de ensayos, pero me gusta pensarme como ensayista, así que in the meantime, that should do: ensayos).
En su momento, usaba las letras para explicar un dolor incomprensible dentro de mi pecho. Las ambigüedades de mi vida pandémica jugaron un rol protagónico en el desarrollo de personaje más relevante de mi primera etapa viviendo como un ser humano en el planeta tierra, y son ahora material de intenso estudio y reverencia en mis sesiones de terapia. Muy útil también el que haya logrado establecer un patrón histórico de recopilación fotográfica y escrita de mis días; en su momento era la única manera que había encontrado para hacer sentido al torbellino en mi cabeza. Apparently, it does work.
Durante los primeros meses de la pandemia, era capaz de sentir una esfera de emociones diametralmente gigante en un mismo día, había noches en que no dormía en lo absoluto; las veladas se tornaban en un infierno, y mientras deambulaba por la sala oscurecida de la Casa de las Sombras (así le llamaba a la casa de mi mamá), lloraba a mares y me agarraba a la esperanza del amor que sentía por mi primer pelado, y todo lo maravilloso que su amor trajo a mi vida. Es decir, las noches insomnes y trágicas, se tornaban en una lucha por sobrevivir la madrugada, y poder verle nuevamente en la mañana. Me aferré con vehemencia a su vida, y lo que él significaba para mí.
Luché un montón para aceptar finalmente que ese man me cambió la vida de formas que nunca nadie podría comprender. Me rebelaba darle crédito por haber vencido y destruido la puerta que me tenía encerrada en un mundo gris y entristecido; me hubiese gustado decir que yo solita me salvé la vida, que yo solita hice lo que hice porque podía ver la esperanza de un futuro mejor para mi. But if I'm being honest, brutally honest, él me salvó la vida.
Y quizá tenía que ser así, quién sabe dónde estaría si él no hubiese aparecido para abrazarme el alma y enseñarme una nueva faceta del mundo, de los seres humanos, de la música (qué bestia, creo que eso me quedó engranado en el alma: su música y su apasionada curiosidad por aprender a entender el mundo; ha sido difícil encontrar otro ser humano que ame tanto la música como él, como yo; me escribía ensayos extensos y no académicos de su pasión por el rock y la música en su vida, un tipazo), de la incondicionalidad, de la sabiduría, de la amistad y de la familia, pero sobretodo, del amor.
Mucho tiempo luché contra las paredes frágiles de la persona que yo creía ser. Toda emoción que considerara débil y patética, tenía que ser automáticamente relegada a la parte trasera de mi consciencia. En un acto de rebeldía adolescente, decidí convertirme en alguien que no era por miedo a perder el pedestal que ese primer amor construyó para mí. Me avergonzaba ser la persona que era, no entendía mi vida, no me entendía a mí y a mí desesperada ansiedad, no sabía cómo transmitir el dolor aullante que cargaba, y fingía, fingía muchísimo.
En mi feroz intento por ser una man fuerte, valiente, y compuesta, segura de sí misma y de sus convicciones disparatadas sobre el mundo, terminé alienando lo que pudo haber sido una relación preciosísima, repleta de mucha magia más. No sabía pedir ayuda, no sabía aceptar ayuda, nunca había recibido amor incondicional, nunca había tenido a alguien que quisiera -voluntariamente- entrar en cada uno de los rincones de mi vida, y me paniqueba pensar que eso existía únicamente en el valle de la mentira que había construido a mi alrededor. Tenía miedo de abrir mi pecho y dejarle ver todas las cicatrices y hendiduras que el tiempo había dejado, tenía miedo de verle partir, decepcionado, después de conocer "mi verdadero yo". Irónicamente, él era una persona increíblemente sensible y cuidadosa, mi cerebro racional sabía que esto no hacía sentido, pero en ese tiempo no entendía cómo funcionaban mis emociones, y la ansiedad de lo que "pudo haber ido mal" finalmente ganó. Ojalá hubiese podido dejarle quererme mejor.
Hace poco más de un año, cuando murió la María Inés, me entregué a la batalla de hacer de mi vida el hogar soleado que añoré toda la vida. Sus enseñanzas se convirtieron en mi credo, una especie de ritual para soportar su ausencia. Transitar este duelo me obligó a ver la vida desde la alegría, el perdón, la gratitud, y sobre todo, el amor.
En lugar de seguir reclamando a Dios por haberla tomado de regreso, empecé a identificar todas las cosas que su amistad construyó en mí. Similar al ritual lector de marcar páginas para regocijarme en un futuro con las palabras gloriosas que voy descubriendo, reviso a menudo las conversaciones que tuve con la Mari, y agradezco por todas las maravillas que hoy disfruto gracias a su guía infinita.
He tenido que aceptar el dolor de haberle perdido para permitir que florezcan los arupos que su amor plantó. He tenido que imaginar el mundo sin ella, y aceptar que no es mi lugar ni responsabilidad el entender por qué pasó lo que pasó. Todavía me cuesta aceptarlo, pero ya no le reclamo nada a Dios, no hay razón para querer entender las cosas.
¡Qué difícil es bajar la cabeza ante los designios incomprensibles de Dios! Nuestra humanidad nos exime de responsabilidad, y aún así seguimos cuestionando todo aquello que no podemos entender; nos pensamos soberbios y orgullosos, capaces de batir una varita mágica que nos explique y responda todo aquello que queramos.
Este sube y baja de emociones me enfrentó una vez más al histórico emocional de mis fantasmas pasados. ¿Por qué evitaría entonces darle el crédito y agradecimiento correspondiente a todos aquellos que me salvaron la vida?
Yo fui el vehículo conductor de toda la fuerza, energía y valor que las personas me entregaron desde su amor, e infinita comprensión. Fueron mis pasos los que me llevaron a la meta, a la gran final de cada etapa horrorosa en mi vida, pero las ganas de querer hacerlo, la convicción en un mejor mañana, nacieron todas del amor infinito que he tenido la suerte de recibir.
Quizás todavía me peleo con la idea de que mi primer amor fue un maremoto fantástico, cataclísmico, liberador, porque mi naturaleza humana y egoísta se rehusa a aceptar el que yo quizá no haya tenido ese efecto en él. Lo mismo fue con la María Inés, me sentía patética de sentirme tan mal tras su muerte, quería entender qué le había entregado yo que hubiese sido igual o más importante que lo que ella me dio. Pero todo esto es una interpretación más de la soberbia humana, soberbia condición humana. Uno no tiene que ganarse un lugar en el duelo de nada, ni nadie. Uno sufre desde lo más profundo del alma, muchas veces por razones inexplicables. No queda más que aceptar lo que duele, tal como viene, y agradecer por todo aquello que nuestras personas amadas dejaron y construyeron en nosotros, independientemente de su actual situación, y si están o no en nuestras vidas.
El amor es lo único que nos salvará. Me siento en paz con mis decisiones, no tengo mucho que pedirle al mundo ya, porque para los días en que no logro siquiera darle un poco de sentido a mi vida, para los días en que siento que todo me supera y estoy a punto de llorar todo el tiempo, encuentro un solaz y refugio en mi Atlas, en mis amigas y su amor infinito, en el barista regio que pone mis artistas favoritos cuando me ve llegar, en mis libros, y en mi música.
Y ya, si todo se va al diablo, y me revuelco con alferesía de tanto dolor y desesperación, siempre está el llanto feroz, riachuelo infinito que corre por mis mejillas para lavar las entrañas y hacer espacio para la alegría, y confianza absoluta en que it all works together for good.
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