Tiquis miquis emocional, y el famoso sensory overload / Stand By - Extremoduro

¿Quién será el grandísimo idiota que inventó la luz blanca? o más bien, ¿quién habrá sido el grandísimo idiota que popularizó el uso de luces blancas en interiores?

Detesto el color, detesto el brillo, detesto el tono inerte que le otorga a las cosas que recaen bajo su manto. Detesto entrar a la oficina en la mañana y sentir cómo la vitalidad de los árboles y el sol estival se deshacen. Mi puesto solariego y entristecido, frío, desolado. Y después el calor. Insufribles llamaradas nos visitan en olas, obligando a todo ente humano a ocultarse en la incomodidad y el deseo agudo de que sean las cinco, las tan añoradas cinco de la tarde.

Soy híper sensible con mis alrededores y anhelo encontrar aquel lugar idóneo, perfectamente organizado para mi conveniencia. Me incomoda la rigidez obligatoria de la oficina y del horario laboral, me incomoda la innecesaria formalidad con la que se mueven las personas a mi alrededor. El enfermizo traqueteo y la falta de genuina realidad. Sonaría muy bien aquí "Stand By", de Extremoduro. La versión con Ortega Palomares pero, qué versos maravillosos:

Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.

Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.

Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira. 

Ideario, Ortega Palomares (fragmento)


Hoy trabajo desde un lugar diferente, misma oficina, area distinta. Tengo luz natural y puedo ver las montañas y el cielo nublado. Los árboles en la calle se ven particularmente más verdes que el viernes. No tengo frío ni tampoco calor, y me siento cómoda en medio de una soledad acumulada entre divisiones que acomodan múltiples personas sin dejar saber quién es tu vecino próximo. 

Le otorgo esta desazón y constante incomodidad al ADHD (y que coman zapatos aquellos que no entiendan, ya no voy a explicarme nunca más, sarta de giles.) Finalmente, y veintitrés años demasiado tarde, me permito experimentar abiertamente todo aquello que me incomoda y hace sentir errónea. 

La sobreestimulación es un fenómeno cruento; el mundo no fue pensado para los que llevamos bocinas en alto volumen incorporadas en nuestro cerebro. Imagínense ir por la vida escuchando música en el celular, mientras conversas con un sujeto impertinente que nunca deja tu lado, y que malacostumbra a preguntarte sobre aquellos episodios trágicos y vergonzosos de tu vida, recordándote la exagerada incomodidad que te produjeron. A eso, súmale el que estás leyendo un panfleto complicadísimo acerca de las cosas que están pendientes en tu vida (sea la esfera que sea, generalmente todas las esferas a la vez). Cada cierto tiempo, reconoces la incomodidad física que tus alrededores producen: el pantalón te ajusta demasiado en las pantorrillas, las medias se han resbalado a medio talón, el zapato izquierdo está  más ajustado que el derecho, y el cable de los audífonos roza tu cuello y chompa conforme caminas, reproduciendo un molesto sonido a través de las bocinas, desconcentrándote injustamente de la canción que suena y la voz del sujeto enervante.

Constantemente me frustro con la realidad del déficit de atención, siento que mi vida ha dado un giro astronómico y soy una persona diferente todos los meses. Mi yo de Enero es una desconocida, quién sabe dónde está mi versión de Febrero. Ni siquiera preguntaré por las de Marzo y Abril.

Cada día develo más y más razones que explican por qué me comporté o experimenté ciertas situaciones de equis o ye forma. Todas se reúnen al rededor de las cuatro letras que me explican desde hace varios meses: ADHD. 

Estoy cansada de querer explicarle esto a la gente que está en mi vida. Estoy cansada de frustrarme por no encajar, por no querer torcer el brazo y seguir enmascarando mis "quirks". La semana pasada se acumuló en mi garganta y lloré a mares por la falta de las sesiones de terapia, porque no tenía justificativo alguno que mostrarle al mundo cuando me cuestionara por qué sigo sufriendo o lamentándome de cosas que ya no están. Había hecho costumbre el entender a terapia como el único sinónimo de valía en mi proceso de autoconocimiento: las realizaciones fantásticas podían surgir únicamente bajo el espacio controlado del consultorio de mi psicólogo, otherwise, they were pure shenanigans, bullshit, mindless wandering. Pero ya no más, me arreché y adueñé de mi propio proceso y todo aquello que he aprendido estos años caóticos. 

Un sidenote relevante: entre los miles de aprendizajes que he recogido en este camino forzado, remarco la importancia de trabajar con un psicólogo que entienda desde la experiencia propia, el desorden/rasgo/característica con el que estás lidiando. 

La empatía de mi psicólogo es imposible de replicar desde un aprendizaje tácito de libros y artículos científicos: él se despierta todos los días a lidiar con el mismo desorden abrumador que me caracteriza. Sus consejos y guía son sinceros, probados, y verificados por su propio ADHD. La benevolencia con la cual enfrenta sus síntomas me inspira y tranquiliza. Su apertura y radical aceptación me conflictúan a menudo porque mi respuesta natural es querer deshacerme de todo aquello que me hace neurodivergente, pero verle a un man tan arrecho y bacán estar (moderadamente) ok con los "peros" que implica tener ADHD me hace cuestionar qué tanto realmente quiero deshacerme de mi déficit de atención.

Estoy determinada a desenmascarar todas las facetas que, mi costumbre de supervivencia entre neurotípicos, ocultó. Así tenga que moverme de lugar de trabajo mil veces, cambiarme de camiseta hasta el cansancio (y hasta encontrar la que se sienta perfecta para ese momento), usar capucha dentro de la oficina para aislar las luces directas, pintar rudimentariamente las paredes de mi cuarto con colores no estimulantes, me entrego a la sagrada misión de proteger la unicidad fabulosa que significa my ADHD.

Hoy troté a la oficina. Mi nuevo juego y fuente inmediata de dopamina favorita se llama "¿Cuánto tiempo puedo huevear en las mañanas antes de salir corriendo a la oficina para no hacerme tarde?". Voy ganando. Estoy a punto de calificar a las Olimpiadas. Me encanta que me duelan las piernas cuando subo cuestas trotando. El otro día aprendí que las pastillas tienen que tomarse después de correr, preferiblemente pasarlas con algo de comida. Regurgitarlas a medio trote es una situación embarazosa, un nivel de tiquis miquis emocional altísimo y abrumador, no recomiendo.


(BEBERUBIALACERVEZAPA'ACORDARSEDESUPELOOOOoooooO) Te amo, Robe. Gracias por la música.

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