Nothing Matters - The Last Dinner Party / Fucking Cortisol

Sentáte, corazón, sentáte a escribir. Cuéntale al papel en blanco acerca de la semana de mierda que tuviste, cuéntale al teclado de las grandiosas revelaciones que tu mente somnolienta logró imaginar. 

Es Marzo, es Marzo, es Marzo y mañana es Abril, y tengo que salir de la ciudad en busca de mi propósito y desaparecer por 24 días consecutivos, incomunicada. Sueño en el día en que finalmente no tenga que hablar con nadie, sueño en el día en que pueda mantener mis labios sellados y dedicarme a la sagrada misión de existir, en silencio, sin más explicaciones.

¿Es acaso este un deseo innato de mi corporalidad, originario de la naturaleza humana y su fe individualista, o simplemente una nueva explosión hormonal de un sistema nervioso frito por el ADHD?

Leo tantas cosas a diario, estoy tan al tanto de absolutamente todas las cosas, dejo anotaciones mentales acerca de los pendientes y me encargo de asumir la responsabilidad de todas las diferentes facetas mías. Troto en las mañanas, cuando voy a la oficina, porque no tengo tiempo el resto del día para ejercitarme y sentir que mis huesos son todavía objetos macizos y funcionales. 

Como a deshora y dependiendo de la situación política en mi casa, almuerzo a pura respuesta del calendario de mi trabajo que me recuerda los sesenta minutos que me han sido concedidos para alimentarme y repletar mi cuerpo de la energía necesaria para seguir trabajando. Llego a casa, con una desazón sorprendente, y reúno todas mis fuerzas para subir a mi dormitorio y encerrarme hasta la mañana siguiente, cuando me despierte a la fuerza, por la obra y gracia del espíritu santo y las ochenta y tres alarmas que suenan cada minuto, y desde diferentes dispositivos. 

La rutina para muchos es una afirmación positiva acerca de la vida y la lucha personal contra la entropía, pero para mí, que desde el día uno me envuelven el caos y el desorden, se convierte en una orden, en una orden a la cual no estoy dispuesta a subyugarme, y repentinamente, lo que de forma lógica se aceptaría como funcional, se convierte en el enemigo número uno de mi cerebro, y a pesar de que la razón me ofrezca contrarios positivos, el saberme encasillada me produce migrañas y desesperación.

Recién leía un artículo que detallaba los ejemplos de un sistema nervioso frito y destruido. Mi reacción fue automática, no tuve que pensar mucho: me dediqué a encasillar actitudes mías que cabían en la que anteriormente había sido una personalidad casi-borderline, y "entendí" por qué mi vida se sentía como una farsa pero también como una situación incómoda y hasta cierto punto injusta. 
¿Por qué todos hacen sentido menos yo?, ¿por qué explicarme se siente tan errado?, ¿por qué no me preguntas cómo me siento realmente?, ¿por qué tengo que sentarme un domingo en la tarde a escribir acerca de mis emociones en lugar de dedicarme a ser normal como los demás?

Me jode esa categorización. Normal. Normal o aburrido. Esta semana he tenido que recordarme más a menudo que nunca que está ok sentir las cosas de manera diferente a la que los demás lo hacen. No soy errónea por experimentar tantas emociones en un corto plazo, y querer huir. No está mal querer desaparecer de la faz de la tierra, me digo frente al espejo. No está mal querer hundirse en el siguiente paso que dé, y llegar hasta el final del núcleo terrestre, me susurro mientras hago la masa de las arepas del desayuno. 

No está mal querer desaparecer de la vida de los demás, repito mientras relleno la cuarta taza de café en la oficina; no está mal querer hacerlo, pero sí es algo doloroso. Bastante. Para muchos, incluyéndome. 
Sola no funciono mejor. Sola no encuentro menos ruido. Sola no dejan de brillar con vehemencia las luces estrambóticas de las aceras. Sola no encuentro remanso. Sola no aprendo de alguien más. Sola no me puedo envolver en un abrazo reconfortante.

Últimamente, he sentido menos esta urgencia de borrarme de la faz de la tierra. Me siento a gusto en el momento que vivo, y cuando todo se siente demasiado, y me encuentro encerrada en la realidad, sin escapatoria, sin opciones, sin voluntad, sin voz, sin fuerzas, me siento a llorar en mi alféizar o regreso caminando a mi casa (y lloro en el camino), o me dedico a escuchar música y a leer novelas y a hacer planes con mi pelado para vernos esa semana y entonces la vida recobra sentido porque yo amo muchas cosas en la vida, y aunque la dificultad de mi día a día (como dice el David, vivir con ADHD en un mundo programado para neurotípicos, es como jugar cualquier videojuego en la dificultad más alta, sin poder acceder a la guía, sin que nadie te explique cómo funciona nada, y con la presión de tener que ganar sí o sí) haya incrementado, me regocijo en la incertidumbre y la simpleza. 

Acepto mi humanidad, mis fallas, mis errores, mis culpas, y las dejo estar, tranquilamente, en mi espalda. Escucho en silencio lo que mi cuerpo dice, y acepto sus recomendaciones. Ignoro al sujeto insufrible que me repite que "debería" estar haciendo algo distinto, que me he dejado morir y he sentado raíces por el miedo a buscar algo más, y seguir en búsqueda constante de algo mejor.

Nunca he estado contenta con lo que tengo. En su momento, hacía sentido, habían tantas cosas que necesitaba cambiar. Pero hoy estoy bien. Hoy estoy contenta. No sé qué busco pero sé que todo lo que tengo me hace feliz. I've not become stagnant, I've welcomed quietness and let her stay with me, for a while, maybe forever. Who knows, we don't have to make any decisions yet.

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