escribo, ¿vos?

Qué hacer, qué decir, qué buscar. Los inicios son feroces bestias a punto de ser liberadas, es el momento más eufórico de su vida, el sentir que casi saborean el terreno parsimonioso en el cual los mundanos disfrutan y esperan por ellos.

Los inicios son antagónicos al cero, la falta de contenido, de peso, de existencia. Los inicios no pueden ser sin la chispa eléctrica del deseo, ese impulso fatídico detrás de cada objeto magnánimo y voluptuoso que existe en el mundo. Sin un plan bien forjado, establecido, y definido, ningún otro presupuesto podría siquiera entenderse, ¿cómo vas a iniciar algo si no conoces cada uno de los milimétricos espacios que recubren tu cerebro cuando se menciona dicha idea?

Volverse amiga de su propia desorganización es una de las tareas más difíciles del universo, haber nacido con el síntoma de la tardanza, es solo uno de los miles de impedimentos para que una situación se desenvuelva. El recuerdo del pasado es abrumador porque desde que tenemos memoria nos han instruido acerca de la importancia de la prolijidad. Entonces nos esmeramos por recordar cada ínfimo detalle que rodea nuestro día a día, y nos encontramos en una situación casi apoteósica, porque el cerebro humano tiene la capacidad de saberse omnipotente, y toma muy en serio las órdenes acerca de ser bueno en todo, recordarlo todo, verlo todo, hacerlo todo.

Sobretodo si tienes un cerebro hiperactivo, un cerebro que va a mil millas por segundo, un cerebro que nunca se cansa de revolotear de un lugar a otro. Un cerebro parcializado hacia la persona que quieres ser, o mejor aún, la persona que crees ser, la persona con la que te identificas.

Aprendí a reconstruir mis madrugadas, mis noches, mis atardeceres y hoy intento reconstruir mis mañanas. Ser una persona efectiva en medio del caos, ser una persona certera en medio del mundanal ruido. Hoy rescribo mis pasos. Con una tinta ligera.

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