Sertralina, capítulo segundo.

Han pasado doce meses desde mi primera cita psiquiátrica. Doce meses desde que descubrí los antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos. Han pasado tantas cosas desde entonces que sería difícil, e irrelevante, mencionarlas todas aquí. 

Me acuerdo del Isaac, llamándome todas las mañanas de manera incesante mientras iba de camino a su trabajo, para que yo pudiera despertarme, porque el clonazepam me volvió un ser incapaz de despertarse ante los más ruidosos llamados de mi alarma. 

Me acuerdo de la Estefi, preguntándome si estaba cómoda compartiendo ese espacio tan personal con ella, y abriendo las puertas de su casa para que yo pudiera descansar del mundanal ruido de la ciudad gélida en la que estaba mi departamento.

Me acuerdo de la Marie, el Mateo, la Aína, la Meme, y la Titi, siendo el refugio familiar que había olvidado hace tanto tiempo, porque realmente nunca llegué a conocerlo. Los días en los que me hundía en la miseria más profunda, encontraba un solaz en el regazo de mi abuela y en los abrazos de mi tía que fungía de madre putativa y refugio de mi verdadera mamá.

Me acuerdo de mi Atlas, y del día en que la Nico me ayudó a rescatarle de un parque solitario y vacío de amor para un ser tan complejo y maravilloso como lo es ella. Mi vida está completa y calentita con ella a mi lado, sus patitas son blancas y suaves en mi regazo. Ella fue realmente la que me rescató y salvó mi vida. 

Me acuerdo de mamá y su miedo infinito a las pastillas, acompañándome a la distancia. Sufriendo la vida no vivida, las tardes de té entre las dos, las cenas a las que no pudimos asistir. Me acuerdo de su dolor, de su llanto, de sus gritos y reclamos. Me acuerdo de su abrazo y aroma reconfortante. Me acuerdo de su compañía lejana, de su silencio.

He llorado muchísimo, muchísimo. A veces incluso de manera incesante, con la alferecía y vehemencia de un niño que no sabe lo que siente. Me he sentido tan sola y abandonada, me enamoré, me decepcioné, me perdoné, me aprendí a amar un poquito mejor, un poquito más fuerte, un poquito más genuinamente.

He descubierto música maravillosa y he bailado al son de miles de ritmos. He vivido la grandiosa realidad de la libertad. He ido a muchos conciertos. He visto miles de películas y series. He repetido mis series y películas favorita. Volví a usar redes sociales, he vuelto a conversar con la gente que un día amé, pedí perdón incontable número de veces, me arrepentí de haber causado tanto dolor a la gente querida. 

Soy más fuerte, soy más valiente. Pero a veces todavía me cuesta respirar, y salir de la cama. Busco respuestas para convencerme de mi incompatibilidad con la vida. Pero no las encuentro. Yo, genuinamente, disfruto de la vida y estar viva, gloriosamente viva. 

Así que volví a la sertralina, ya no desde la vergüenza ni el rencor o la culpa. Volví a la sertralina desde la firme decisión de estar bien y luchar con fuerza mis últimas batallas. Decidí darle un alto al fuego en la guerra de mi supervivencia, no debería ser tan difícil vivir bien. Vivir bien y amar profundamente. 

Estos días han sido muy especiales. He sido mi mejor aliado. Agradezco por tener la posibilidad de lograr un cambio y mejoría. Agradezco por mis amigas. Agradezco por los amores. Agradezco por la música, por los libros, por la Atlas, por el agua, por el sol, por mi casa, por mi mamá, por mi abuela.

Gloriosamente viva, veintitrés años. Elisa, eres una man arrechísima. Te amo profundamente.








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