Septiembre / Waiting on a Friend - The Rolling Stones

Septiembre es mi mes favorito. Me reconfortan las respuestas definitivas; considero ser una persona que defiende el carácter preciso de la palabra y objetivamente busco encajar a los demás, y a mí misma, en una definición que me permita entender el "quién" de la situación. 

Esta noche, durante mi sesión de terapia semanal, discutimos sobre la quietud de los últimos días. Le contaba al David que han sido unos días particularmente tranquilos, y que me he sentido bien. Eso devino en mi cuestionamiento intrusivo que surgió unos días atrás respecto a la razón por la cual continuaba yendo a terapia, a pesar de considerarme una persona lúcida y sagaz en todo lo que respecta mi entendimiento de la vida, mi comportamiento. 

Sentía que las semanas pasaban sin mayor ocurrencia, y mi única rutina, la única cosa a la cual me había dedicado con férreo empeño, se convertía en un lugar donde llegaba únicamente a solucionar problemas. Las semanas en las que no sucedía nada, me encontraba contrita y perdida, sin norte, sin objetivos, y buscaba desesperadamente una razón que justifique los cuarenta dólares que había pagado por esa sesión.

Mis lamentos nacían de la necesidad de reducir el pago mensual que hacía a mi terapista. Son ciento sesenta o doscientos dólares, dependiendo del número de sesiones en ese mes. Inicialmente no tuve problema alguno con pagar esa cifra, pero la vida de adulto chiquito endeudado me comía, y de a poco, me vi envuelta en una ráfaga de maromas monetarias que tenía que hacer para seguir a flote cada mes. Irónico, considerando el hecho de que mi salario era exponencialmente más alto que el promedio de mi país, ni decir de las personas de mi edad. 

Constantemente, la gente me recuerda que yo soy un caso en particular. Que mi naturaleza es única, y que realmente no hay muchas personas como yo, que a mis veintidós años ha logrado hacer todo lo que yo he hecho. No me fío mucho de estas afirmaciones porque constantemente admiro y me comparo con mis pares, añorando ocupar un lugar a su lado en la Universidad, o en camino a su casa a las tres de la tarde un miércoles cualquiera.

Me vino la adultez demasiado temprana, carajo. Y no hay nada que hacerle. Es natural sentir esa reticencia a las cosas que uno no termina de comprender. 

En cuanto a la conversación con el David, y por qué es relevante mencionar esta sesión, me quedé profundamente sorprendida al comprender que había utilizado (convertido) mis sesiones de terapia como un refugio donde encontraba solaz y calma, tal como añoraba en mis relaciones interpersonales. Me molestó, quise rebatirle, no estaba en lo correcto. ¡Yo venía a terapia porque hace un año me hundía en la depresión más devastadora de mi vida! Estaba ofendida de que sugiriese tal cosa. Yo no dependía de terapia. Yo no estaba en ese consultorio porque me era agradable. Yo no movía mi agenda de arriba para abajo con tal de que los jueves estuviesen libres en la noche. Yo no salía de trabajar temprano solo los jueves porque sabía que era el lugar en el que me sentía más cómoda durante la semana. Yo no hacía lo imposible por hablar acerca de las maravillosas novedades que descubríamos en las sesiones. Yo no consideraba que el David era una gran persona a la cual admiraba. Yo no sentía que mis fuerzas nacían de las conversaciones profundas que teníamos. Yo no creía que mi recuperación estaba directamente vinculada con él y la guía que me ofrecía y las herramientas que me enseñaba. No, nada de eso. Yo era una man que podía encontrar solita el equilibrio. 

Las demás facetas de mi vida estaban terriblemente desorganizadas, sentía que mi poder y capacidad de discernimiento en cualquier otro ámbito eran inexistentes. Pero mi record terapéutico se mantenía pulcro. Pulcro. Jamás una queja. Jamás un reclamo. Jamás una mala sesión. Jamás llegar tarde a la sesión. Jamás saltarme la sesión. Jamás cancelar una sesión porque estaba chumada. Jamás. 

Fueron cinco microsegundos de intentar conectar las ideas con una recolección de los sucesos. Durante ese tiempo me sentí invadida, descubierta. El secreto estaba tan bien guardado que ni siquiera yo lo conocía. 

¡Elisa, eres codependiente emocional de tus sesiones de terapia semanal!

Todo hizo mucho sentido entonces. 

Y decidí que no sería así porque tengo que comerme el mundo. Y si puedo ser organizada y puntual aquí, puedo serlo en cualquier otro lugar.

Me animó a desafiar el status quo. Y a mí me encanta desafiar a la gente, sobretodo cuando creen que será posible. 

Septiembre tendrá solo tres semanas de terapia porque la última semana es mi cumpleaños, y estoy de vacaciones, y el jueves es el concierto de Andrés Calamaro, y no voy a poder asistir.

Lo bacán de este experimento es que tengo un plan más interesante y llamativo que sucederá en esas horas, y mi objetivo del mes es encontrar la llave mágica para regular mis emociones y confiar en mi intuición lo suficiente como para no sentir la necesidad de ir a terapia.

Es fabuloso el cerebro humano, ¿no les parece? ¡Cuántas magníficas e infinitas posibilidades abundan en el futuro y el mundo!

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