The Letter - The Box

Qué suerte haber cruzado caminos hace tanto tiempo. 

Cuando pienso en vos, tengo la ligera sensación de estar bajo una llamarada fulgurante que pretende bajar todas mis defensas al suelo y desaparecer los resquicios de cualquier habitante que recorriera mis calles. 

Digo que tengo la ligera sensación porque no es una verdad absoluta, no es una afirmación, ni tampoco es una idea con la cual quisiera jugar más a menudo. Los pequeños segundos al día en que me permito verte bajo esa luz, siento que pierdo la razón, y que mi cuerpo lleva una piedra colgante.

Digo ligera, porque no poder actuar ante esta idea me trastorna. La incapacidad frente a un acto que te ha sido tan natural con otros seres es peor que el olvido. Durante la proyección de las imágenes en llamas, mis manos intentan memorizar cada trazo de tu brazo derecho, me imagino su fuerza debajo de mi cuello. Reposo la cabeza en tu almohada, y de nuevo me encuentro en mi casa, luces apagadas, el cielo infinito a mis pies.

Solo es una ligera sensación. Solo es el calor que toca las puntas de tus dedos cuando enciendes una cerilla. Solo es la punzada de la aguja que perfora tu oreja. Solo es la presión de la mochila que cuelga, incómoda, de tus hombros, después de una caminata larga hacia el centro de un páramo.

Me acuerdo de todo lo que hablamos con milimétrico detalle, tu voz hace tiempo que dejó una marca profunda en mi boca, siempre ansiosa por repetir las mismas palabras. Quizá la única forma de sentirte así de cerca. Pronunciándote. 

Sueño contigo, en dimensiones lejanas, en otras figuras, bajo el sol, antes. Sobretodo eso, antes. 
Antes, pasado. Quizá entonces el querer trazar las líneas de tu brazo derecho no me sea imposible.

Mientras escribía esto, la luna sucedió ochenta veces. Cada lunación son veintiocho días. Ese es el tiempo que deberá pasar para poder pensar en vos sin convertirme en un cúmulo de células que arde con todo el oxígeno del mundo. 

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