Diarios - El Chaquiñán
En perspectiva, las cosas han ido desarrollándose de maneras increíbles desde que cumplí dieciocho años. Me acuerdo celebrar la victoria de la mayoría de edad viendo una película y comprando papas fritas del McDonald's.
No hice nada particularmente grande, no había dinero para fiestas, pero mi abuela me llevó a tomar helado y luego regresamos a su casa para un cafecito cumpleañero.
Siento que en ese momento, veía la vida como un conjunto de situaciones que tenían como imperativo el sentirse mal, o el ser personas tristes, pero ahora que puedo regresar a ver a mi yo más pequeña, me doy cuenta de que mucho de lo que sentía, era producto del ambiente atormentado en el que había crecido.
Ser feliz no me era natural, y creía que los pies se me caerían cuando me declarara una persona completa, funcional, feliz. Dirigía mis días hacia la oscuridad, la tristeza, el silencio. Me regocijaba el no encontrar un norte, una dirección, un objetivo. Mi único lugar seguro era el saber que la muerte me acompañaría pronto.
Me veo con ternura, me abrazo en silencio. Mi querida, ahora estás a salvo, y tienes tu vida en tus manos, vos eres la dueña de tu futuro.
Hoy salimos con la Atlas al Chaquiñán, caminamos mucho y muy largo, tomamos el sol pero también disfrutamos del sonido de las hojas bailando en el viento. Me acordé de lo que había sido estar enamorada en esos lares y agradecí a la vida porque tanto había soñado en vivir ahí, que mi realidad me acompañó en el momento glorioso que fue recordar todas las cosas maravillosas que había logrado.
Qué alegría, qué felicidad, qué alivio el saber que sí soy capaz de vivir mi vida.
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