Buganvillas, árboles de limón y aguacates

He pronunciado las mismas palabras tantas veces que ni yo misma sé qué pretendía la primera vez que sentí el pecho tan pesado. Decir las cosas me es tremendamente complicado porque aún no termino de conocer toda la infinitud de palabras que existen en el vocabulario.

Pasé un momento tan complejo en mi vida, siento que las cosas han ido mejorando y creo encontrarme al final del túnel. Quería escribir sobre el dolor, el duelo, la soledad, el vacío, la incertidumbre, la ira, el rencor. Quería escribir desde mi herida, desde aquello que me detiene de levantarme con toda la fuerza del universo y pelear mis batallas. Quería escribir mientras mi herida seguía supurando todo el dolor que ha corrido por mis venas desde el día que nací. Pero ya no tengo fuerzas, y prefiero fijar la mirada en la maceta gris con blanco. Un árbol joven de buganvillas fucsias crece en medio del sol estival y la cálida remembranza de que la lluvia refrescante pronto llegará, regenera sus raíces y florece radiante.

Así me siento en medio de las tormentas, es decir, inversamente correlacionada con la necesidad de explicar las cosas mientras lloro y me desangro mientras sea invierno, prefiero dejar que pase el tiempo, que llegue el verano, la calma, la paz, para que yo pueda seguir existiendo y esperando por un mejor mañana. 

La vida es extremadamente generosa conmigo, me ha regalado amigas bondadosas y protectoras, que han sabido acoger mi corazón torcido en sus manos, y hacer refugios a su alrededor mientras sana. He sentido el sol en cada una de mis fibras, y rejuvenezco cada mañana con la certeza de que ayer fue un buen día, y hoy también, por lo tanto, no hay razón alguna para pensar que no tendré un futuro acogedor y brillante el siguiente día.

Soy fuerte, valiente, capaz, inteligente, abundante, y feliz. La vida me sonríe, y yo agradezco por sus aguaceros, por sus veranos. Me he convertido yo misma en un verano invencible.

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