De por qué las madrugadas son los mejores momentos para ser funcionales
Hace tiempo que me hago a la idea de que ser funcional es algo que solo se logra cuando una está muy cansada y no tiene otro remedio que sentarse a hacer las tareas que tenía que haber hecho, o cuando en realidad las disfruta y no tiene otra preocupación en la vida más que existir.
Pero ese nunca ha sido mi caso y estoy en el proceso de cambiarlo.
Hace unas tres semanas en terapia, hablábamos sobre la importancia de mantener los roles de esposos, padres, e hijos para que haya una realidad equilibrada donde cada persona cumpla su rol de manera ejemplar. Es decir, cuando un padre cumple sus tareas, sus hijos pueden existir en paz y ser los hijos sobresalientes que pueden después convertirse en padres sobresalientes también. Sin embargo, esa no ha sido mi experiencia. No he tenido un hogar convencional, y he querido entender muchas de mis actuales falencias a partir de entender mi infancia, mis raíces, mis orígenes. Desanudar los problemas generacionales no es tanto acerca de mi madre y de su madre o de su madre, sino acerca de mí, y de la madre que yo podría ser.
Es acerca de entender por qué me duele tanto la partida del que un día fue el amor de mi vida, a pesar de que no haya cruzado palabra alguna con él desde la última llamada hace dos años. Es comprender por qué me nació la absurda idea de querer arreglar mi vida un lunes en la madrugada, como si no hubiera tenido tiempo suficiente para hacerlo hace mucho.
He pensado mucho en las maneras en las que me gusta convertirme en víctima de mi propia historia, y cómo he encontrado las formas para hacer mal las cosas sin que la culpa recaiga sobre mi. Sí, sí es verdad que la he pasado muy mal a veces por cosas que no tenían que ser como tal, y en las cuales no tenía yo ninguna capacidad para cambiar los resultados, pero también es verdad que muchas de mis decisiones no han sido las más acertadas. Y en eso también está relacionado el hecho de no siempre he tenido las mejores herramientas para afrontar los dolores, las molestias, las malas rachas, las incomodidades.
En fin, algo que me quedó muy presente el otro día fue el David diciéndome que quizá no tenía que haber sido yo la niña que aprendía a sobrevivir una semana con $10. Tomé roles que no me correspondían a temprana edad porque el adulto con el que yo vivía no tenía las mejores herramientas para afrontar la realidad o la vida tal como nos venía. Pero en fin, ese es cuento para otro momento, porque no me siento lista todavía para escribir de las cosas que me parecen casi irreales de mi infancia. Hay tanto material para un buen libro, pero hoy tengo que ocuparme de otras cosas, como contestar correos, y tratar de hacer bien las cosas esta semana.
Comentarios
Publicar un comentario