Diarios: insomnia química
He decidido que dejaré de hablar de la depresión como un sujeto activo en mis relatos. No le permito tomar control de mi vida, ni de mis palabras. Tengo suficiente con limpiar su desastre de todos los días como para embarcarme en una aventura que pretenda glorificarla. La depresión se convertirá en Leo. Su nombre es Leo, mi depresión se llama Leo. Pero no es "mi" depresión de pertenencia, sino únicamente de acaecimiento; no me debe nada, y yo mucho menos. Darle un nombre me permitirá ser más específica con el relato impersonal de sus costumbres, y con eso podré al fin dejar el papel de víctima que tengo envainado en el cerebro desde que las palabras de mi psicóloga pronunciaron el veredicto de las tristezas recurrentes.
Volví por el modafinilo en las farmacias que me venden las pastillas para ser feliz, las que atrapan las neuronas del placer y las convierten en soldados que resisten todo contratiempo. Compré muchas pastillas. Tomé muchas pastillas. No sé qué espero de mañana, quizá un poco de silencio. Paz. Tranquilidad. Quisiera estar en silencio, pero tenemos que trabajar, Leo y yo.
Nos sentamos a desayunar y discutimos el clima, a Leo le gusta el frío porque puede quedarse en casa sin que los soles punzantes que tanto me llaman la atención y los cielos azules por los que me desvivo le obliguen a salir de las cuatro paredes en las cuales él está tan cómodo. Leo no sabe de reverdecer, pero considero que ese es un gran adjetivo para explicar cómo se desenvuelve en las situaciones que significan sus victorias, sus triunfos ante la razón humana y su desfachatez vanagloriada.
Me quedo en la mesa trabajando mientras él sale a darse un paseo por el jardín; regresa con noticias sobre los aguaceros: este mes se avecinan cincuenta y siete aguaceros torrenciales, de los cuales, cinco serán gélidos. No podremos salir. No entiendo sus palabras, me hacen mucho ruido. Dejo mi escritorio y me levanto a tomar agua mientras intento procesar el concepto de aguaceros gélidos y cómo nos equiparemos para sentirnos menos solos y abandonados durante su ocurrencia. Una nube negra flota encima de mi cabeza, la bruma me aturde, desorientada y confundida, retomo mis labores, pero con un paso lento. Las palabras de Leo retumban en mi cabeza y no puedo dejar de pensar en todo lo que tengo que preparar para no entrar en un estado cataclísmico de tristeza.
Mientras tanto, Leo se sienta contento en la banca roja y veo su risa soslayada. Me ha vuelto a engañar. Es imposible que podamos predecir los aguaceros de forma tan expresa, ni mucho menos determinar cuántos de ellos serán más gélidos a comparación de los demás. Pero a Leo eso no le interesa, este es un conteo suyo, le gusta jugar a contarme cosas y esperar a ver cómo reacciono. Un pesado. Mientras yo intento esfumar las nubes negras, él se hace un café cargado y me da las buenas tardes, va a salir a pasear y regresará cuando yo esté dormida.
Entre las paredes tan añoradas por Leo, me quedo contemplativa y expectante. No tengo la más mínima idea de cómo puede un ser estar tan vacío como para inventar noticias absurdas para hacer que llueva por encima de mi escritorio.
Agradezco que Leo no venga a la cama conmigo esta noche, no soportaría su frío tacto entre las sábanas. Estoy enojada con él, pero cualquier emoción que resulte de un mecanismo de defensa mío, le es irrelevante. No importa quién es él. Importa que es un extraño en mi casa. Un habitante cuya renta se ha vencido y ha decidido acampar en protesta. No tiene sentido seguir hilando el relato cuando no lo puedo encarar. Mañana hablaré con él. Me presentaré en huelga (como la suya) y le haré la guerra.
Leo, mi depresión que no me pertenece sino que acontece, te declaro la guerra. Eres persona non-grata. No te vuelvas a aparecer.
(Efectivamente, Leo se vuelve a aparecer, sigue apareciendo todos los días de esta semana porque no tiene a dónde ir. Y es que, uno suele pensar a los malestares, a las enfermedades, como viajeros temporales que nos visitan de vez en cuando, pero después de haber pasado tanta vida junto con alguno de ellos, se vuelven recurrentes y encuentran en nosotros algo más que un hogar. La energía y calidez de un ser humano resulta ciertamente reconfortante para el tipo de viajeros que es Leo, y aunque no quiero oír nuevamente sus mentiras y enredos, entiendo que no puedo desecharlo, eliminarlo, ignorarlo. No funcionó la última vez, me volvió a encontrar, y con con más ahínco me dejó saber que su misión es clara. Entonces, tengo que hacer lo que no había hecho ninguna de las veces anteriores: tengo que darle la bienvenida, escucharle y hacer más preguntas en lugar de pasármela gritando para que se vaya. Leo es una sombra, mi sombra).
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