Diarios de la depresión: las fiestas, el mural y el sahumerio.
Relatar desde la tercera persona me resulta tedioso. Encuentro las palabras vacías y sin mayor sentido, no tienen la fuerza del relato en primera persona, y aunque me ha costado mucho el aceptar que padezco el síndrome del "Yo", no pienso dejar de usar este modo para escribir. Al menos no por el momento.
Mi experiencia del mundo es bastante limitada, no tengo realmente mucho más que aportar más allá de lo que hago en un constante intento de hacer sentido, hacer cosas para hacer sentido. Dejar por escrito las palabras que me han de llevar a través del planeta y que me ayudarán a salir de los hoyos donde termine.
Me exprimo el cerebro en busca de sentido, escribir sobre mi experiencia mundana y absurda, el color de las tardes en las que me siento afortunada de existir y estar viva en este planeta. Esto me recuerda que hay luces que no puedo dejar prendidas toda la noche y que hay personas a mi alrededor. Tengo conflicto comunicándomela asertivamente y definitivamente no logro superar ciertos impedimentos que considero son cruciales desde que tengo uso de razón.
Quisiera que las cosas fueran más fáciles, menos oscuras, más suaves, menos punzantes, pero me encuentro en un punto de desasosiego absoluto y me surge la necesidad de ser más, de hacer más y planear por aquellas cosas que no logro, que no consigo. Y todo lo agendo para el fin de semana, para después, para el próximo año.
He pensado mucho en muchas cosas y he recorrido mi vida como suelo hacer muy a menudo y he encontrado pedazos, retazos de viejas memorias, que ahora me hacen pensar que no he tenido muy claro el rumbo de mi vida y que recién ahora empiezo a conocerme.
Mis patrones de comportamiento me dejan asombrada de lo compleja que puede resultar la experiencia de la vida cuando no estás consciente, presente, actuante. Y mis exabruptos no son ahora sino una imagen clara de lo que me conflictua con respecto a el manejo de las situaciones difíciles.
Salgo corriendo, salgo huyendo. Despavorida, me escondo entre pajonales y ruego por la liberación de las masas internas que me obstruyen la respiración. Me quedo esperando en la esquina para que pase el viento y fijo la mirada en el horizonte vacío: es hacia allá hacia donde mi dirijo.
Pero este vacío, este dolor, este malestar, no es sino una esponja de lo que he cultivado estos años. Cauces que riegan mi océano y que me dejan un recuerdo frío y aburrido sobre la vida.
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