Diarios de la depresión: intenta una vez más, sólo una vez más.
Me rendí, dejé que las cosas siguieran cayendo. Boté la toalla, abandoné la esperanza y juré que sería la última vez que me sentía así de miserable. Pero no era la primera vez, no era tampoco la primera vez que me rendía y que dejaba que las cosas se fueran al diablo, solo que esta vez ya era grande y esta era la vida real.
No es divertido, no es acogedor, no es remarcable, no es nada. Tampoco es un caos como me había imaginado, las paredes no se caen, ni tampoco se han quedado quietas. Las cosas parecen estar moviéndose pero siento la tierra en el mismo lugar en el que lo dejé hace una semana. Todo está exactamente igual, y aún así siento que he perdido el rumbo de mi vida.
No tengo lugar a donde ver cuando me siento desesperada y siento que las paredes me han absorbido. Pero de todas formas, sigo estando en la misma quietud, y trabajando con la misma parsimonia que había hecho cuando las cosas no estaban mal. Es decir, la vida continua y nunca deja de continuar incluso cuando todo se ha ido a los suelos, lo cual tampoco es una descripción correcta porque incluso cuando sentimos que todo está por los suelos, todo sigue en pie.
Nada ha cambiado, todo sigue igual, yo me siento peor. Quisiera sentarme en el alféizar de la casa de mi mamá en una de las tardes soleadas que tanto atesoraba y lanzarme al vacío a volar. Quisiera sentir el sol cubriendo mis brazos nuevamente y el viento rozando levemente mis ojos. Quiero volver a tener la ambición desmedida que tenía cuando planeaba plantarme en algún parque para crecer y crear una vida nueva, una vida repleta del amor que me merecía y por el que tanto añoraba. Esperaba por la libertad que no tenía. Ansiaba la libertad que ahora me sofocaba porque no supe manejarla y era yo un adulto funcional con los años suficientes solo para contar con los dedos de las manos. Ahora la vida me supera, siento que ya no puedo seguir adelante y tengo miedo de enfrentarme al mañana, pero al mismo tiempo, estoy tan acostumbrada a los desastres, a la vida trágica, a la comedia que resulta del día a día, que tampoco estoy asustada.
Estoy casi deseando que todo se venga abajo en llamas, que todo se queme y produzca el sonido más fuerte del universo al estallar. Espero ansiosamente que todo se destroce para que yo pueda empezar desde cero, desde donde estoy acostumbrada a estar, desde donde aprendí a brillar. Pero quizás esos zapatos de rescatadora no me vayan a ser suficientes, quizás ya ni siquiera existan. Hoy no puedo darme el lujo de empezar desde cero porque he conocido lo que significa estar arriba. Hoy no puedo darme la vuelta y voltear la cara a una existencia sin razón, tengo que aceptar las fallas y los errores y aprender a enmendar mis faltas. Yo sé que puedo hacerlo. Yo sé que puedo hacerlo. Yo sé porque he estado en este punto miles de veces antes, y no tengo manera alguna de decir que esto es algo que no puedo batallar.
Aprenderé a enmendar errores mientras me desangro. Entre lágrimas y mañanas desoladas, depresión y ansiedad y monstruos que no me dejan respirar o hablar, aprenderé que las cosas mejor hechas nacieron de las enseñanzas que el dolor nos dejó. Quizá mi lugar ya no es aquí, pero mi legado sí. Y el legado es algo que todavía puedo enmendar. El legado es todo aquello que puedo dar para no seguir quemando aquello que un día desaté en llamas.
Una vez más, Elisa, te pido que continúes. Una vez más, solo una vez más.
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