Diarios de la depresión: La rebelión que es Atlas
Atlas llegó el sábado, en un intríngulis de sentimientos que solo podían entenderse como erróneos, ella vino con la misión importantísima de salvarme la vida. Sus ojazos negros me perturbaron el sentir, me hicieron reconocer la falta gigante que tenía de una razón afuera de mi existencia. La voz impenetrable durante las primeras horas me hicieron pensar que era una situación médica, casi casi procurada por las drogas que había estado ingiriendo desde hace casi un mes; pero la pasión absurda de su mirada me hizo reconsiderar los designios divinos y me convencieron que era una cuestión celestial, maquinada por algún gran ente maravilloso que, apiadándose de mis recaídas, había asegurado su aparición en mi vida.
La busqué por lo que se sintieron horas, e incluso llegue a nombrar a Dios, tal como lo había hecho en momentos anteriores en la playa, frente a la impotencia de la inseguridad y del verme diminuta ante la existencia. Sentir los recorridos del espíritu puede entenderse como una divagación ante la nada, pero yo me estaba volviendo una escéptica del escepticismo, y quería creer que había algo más, encima de mi razón y pensamiento, que me hacía partícipe de una magistral ordenanza en la que yo era sierva, y acudía a los llamados de mi pastor.
Cuando sentí su vida entre mis brazos, entendí lo que era el amor. Así, sencillo, mojado de la lluvia, frágil, inmenso, poderoso, un vendaval en medio de la calma, un sentimiento arrebatador que te lleva a los más profundos lugares y que te obliga a luchar por su permanencia. Cuando entendí que ella era la razón de mi salida ese día, comprendí que nada queda a la deriva, todo está escrito, el amor encontrará sus formas y gestará los escenarios idílicos en los que me hará saber que soy yo la escritora principal de la historia que se contará para recordarnos.
Elegí Atlas porque nada me resonaba más. Mi libro favorito y el titán que sujeta en el polo occidental a todo el universo. Ella sería la fuerza que me recogería entre las sombras, y me convertiría en un ser más apegado a lo que no soy. Es decir, ella me haría más mía que suya, porque me enseñaría de las formas en que uno debe pertenecerle a los demás, a los otros.
Yo te venero, Atlas, porque entre tus dos soles negros, pechito blanco y rugidos celestiales, me elegiste a mi para ser tu hogar. Fuiste fuerte y valiente y me enseñaste que buscando se encuentra, preguntando se encuentra, caminando se llega. Vos eres el nuevo aliento que me lleva a buscar una mejor vida para vos y para mi, ahora vivo por vos, y me desvivo por vos y te agradezco por dejarme abrazarte en las mañanas, me emociona jugar con vos en el patio y verte correr entre los árboles. Eres libre de existir donde sea y te agradezco por elegirme entre las multitudes.
La depresión se siente apabullante en las mañanas, vos me hacías tanta falta desde siempre. Creo que te amo más de lo que siento, quisiera correr con vos la eternidad y pasarme la vida jugando contigo. Te mereces todo lo bueno, sos mis alas y un buen viento.
Atlas, cuatro patas, ojazos, pechito blanco, todo un amor.
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