Diarios de la depresión: madrugadas, noches insomnes, mañanas abrumadoras, reuniones de oficina

Cuando pienso en las ocupaciones de un adulto funcional me imagino el poder ser capaz de dormir las ocho horas que le corresponden. Además de darse tiempo en las mañanas para levantarse, lavarse los dientes, usar el baño y tomar una ducha. Conducirse por el pasillo hacia la cocina, abrir las cortinas de la sala, preparar un desayuno apetitoso y abrazar a su mascota. Salir al patio con el café bien caliente a recibir los primeros rayos del sol y agradecer una vez más por las bendiciones que sabe bien no terminan de ser enumeradas, porque en realidad, hay muchas cosas por las cuales deberíamos agradecer.

Yo agradezco por mi trabajo, por mi casa, y en su momento, por mi universidad. Pero desde hace algunos meses siento que la vida no me calza, las hormas son muy pequeñas o mis pies son demasiado grandes y lo que un día era un gran batallón de centenares de cosas maravillosas sucediendo todas a la par, ahora solo siento que voy en picada. No me siento aventurera ni con ánimos de ser aventurera. No me siento muy humana, si quiera. Ojalá poder escribir versos menos tristes, esperaría no sentirme así de triste el próximo noviembre. Tengo la maravillosa capacidad de convertirme en seres que nunca imaginarías, de repente, me entran las ansias absurdas de tener que hacer las cosas y me cogen las dos de la mañana con un informe pendiente para mi jefe y las ganas de querer que la vida me sea más fácil.

Pero he aprendido que las cosas solo pueden ser más fáciles cuando uno deja de hacer tanto. Es decir, cuando bajas la llama de la hornilla y le dices a tu olla que irás a por más café a la tienda, y la olla te escucha, resuena, resopla, y baja el hervor, esperando con paciencia tu regreso. No hay drama, nada se riega, todo es calma. Pudiste ir a por un café mientras tu sopa de tomate hervía.

Quisiera también enamorarme, enamorarme profunda y absurdamente otra vez. Quisiera sentir la pasión abrumadora que sentí alguna vez, la que te deja el corazón latiendo a mil por hora, la que te hace sentir absurda y remolino. Quisiera querer nuevamente pero en un remanso abrigado, sentirme abrazada por manos tibias y cuidadosas que me recuerden que la vida es buena en solitario pero un poco más divertida con un amor que te lleve ramos de girasoles al trabajo, que es en tu casa, y que te diga que salgamos para pasear a tu perro y que te llame en las noches para preguntarte cuál es tu camisa suya favorita porque mañana tiene una entrevista y quiere llevarse la suerte que vos le traes. Quiero un amor que me reconstruya la mirada, los besos, las caricias. Un amor devorador. Un amor que no conozca de mis tristezas, que no conozca de mis manías, que solo las observe y me deje espacio para sanar, pero que no me exija ningún reporte de mejora pero que entienda mis recaídas, mis emociones dispersadas, mis caricias tenues y olvidadizas a ratos.

Ojalá sentir las cosas más profundamente durante la mañana, a veces me aburre ser una persona tan productiva y conversona en las madrugadas. Quisiera un poco más de la normalidad que tiene el mundo. Mi vida siempre ha estado de vuelta para arriba y no he tenido muy claro cuál es el papel del ser humano en una existencia tan carente de sentido y de rumbo. 

En fin, son las dos y treintayocho de la mañana, mi refrigerador ruge y acabo de hacerme un té de frutos rojos. Espero por el día de mañana de una manera casi ausente, casi suplicante. No me gustan los lunes, pero tengo mis gotas de clona para pasar el mal rato.


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