Diarios de la depresión: la piedra blanca, la renovación, la lluvia, los Beatles [The Long and Winding Road]
Durante el almuerzo le conté a mi jefe que estas semanas asemejaron la gran helada que despobló el planeta de la renovadora primavera para dar paso a la glaciación. Encontré maneras para chapucear entre las tristes melodías que me querían retumbar en los oídos pero que no lograban sacarme lágrimas porque estaba tomando pastillas para dejar de estar triste.
- "No tienes una vida tan mala, Eli. No estás tan mal, vas a lograr salir de esta"
Tuve ganas de decirle que no conocía ni la mitad de todas las mierdas por las que había pasado en mi vida. No conocía ni un cuarto de todas las huevadas que había sufrido, no conocía nada, no sabía de las madrugadas que había pasado llorando en silencio, y de las frenéticas actitudes que me hacían reconocerme con el vacío. Tuve ganas de levantarme de la silla y traer una cartulina para dibujar la historia de mi vida, quizás así comprendería por qué había dejado de llamar a los clientes cuando tenía que haberlo hecho hace cincuenta días.
Pero no hubiese cambiado nada.
Mi pasado seguiría ahí, como la estática en los globos de cumpleaños que erizan el cabello del que quiere llevárselos después de la celebración. Mi pasado nunca va a cambiar, todas las veces que me estrellé contra el planeta se quedarán ahí. Los agujeros jamás se borrarán. Las cicatrices no se irán. El pasado no tiene sentido en el presente que actúo, mi rol sigue siendo el protagonista y las palabras que escribí en el primer párrafo no podrán ser desdichas, entonces, seguiré.
Seguiré con el recuerdo de las dilucidaciones de un mejor futuro que jamás dejaron de existir y que jamás dejaron de estar en mi mente como un objeto brillante que me espera al final del túnel. Un túnel eterno y que jamás termina de acabarse y al que trato de alcanzar sin abrir los ojos para ver los pasos que estoy dando. Hoy tengo la fuerza para escribir, mañana no sé y ayer ya no existe. No importa lo que sea que nos esté dando tumbos, algún rato ha de parar. O quizá no. Quizá no, quizá nunca dejemos de sufrir, pero en medio de todo el caos y de la confusión y del sufrimiento, siempre hay un momento de paz, y de luz, y de amor, y de compasión, y de generosidad, y de agradecimiento, y de vida, y es en ese momento en el que tenemos que aferrarnos a las piedras debajo de nuestros pies porque son todo lo que existe y es el universo completo de nuestros sentimientos y de sus formas tan diversas.
Cuando sentimos paz, no hay nada más que exista. No hay silencio más perfecto que el silencio del presente actuante que se escurre por entre los dedos como si fuera la marea recogiéndose de nuevo en su vasta magnitud. Y no sabemos qué viene con la siguiente ola, pero tampoco importa, porque aún no existe.
No hay nada que no sea perfecto, porque el error es un incompleto, y hoy tiene todas las piezas encajadas, cada engranaje maquinando su estática continuación. La vida es perfecta, nada más.
En medio de un reclamo sensato en contra de las cosas que me atormentan, coloqué la piedra en un frasco místico que no encontraba su propósito aún, será mi tótem, le llevaré conmigo hasta la muerte como un recordatorio de que nada es tan malo como parece ni tan bueno como suena, todo esto pasará. Moriré algún día y dejaré que ese pensamiento determine mi rumbo de acción inmediata.
Hoy agradezco a la vida por la paciencia de la gente que está a mi alrededor, que ha sabido recordarme que los pies pertenecen a la tierra y que uno florece cuando decide pertenecer al instante.
También me trajeron una postal británica de los Beatles, y agradecí al mundo por haber creado a Harrison, y a mi otro jefe por haber puesto The Long and Winding Road durante una actividad con mi equipo.
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