Diarios de la depresión: de cuando todo sigue saliendo mal, terriblemente mal.

Incluso cuando has estado yendo al psicólogo por nueve meses e incluso has tenido una cita psiquiátrica de la cual saliste la afortunada ganadora de una dosis de somníferos, también conocidos como ansiolíticos, y una sarta de mensajes mezclados, incluso entonces, y solo entonces incluso, seguimos haciendo las cosas mal. Es como si todas las causas de mis acciones anteriores se hubiesen confabulado en nacer en el mismo momento, y así como veo el fruto maravilloso de todo el arduo trabajo, también veo cómo arde Troya y me siento invalidada en un limbo de realidades completamente distintas que, ecuánimemente, negarían la una a la otra y que en realidad no deberían existir en lo absoluto.

Es decir, hago las cosas bien, y digo las cosas correctas pero la voz me tiembla a veces y tengo un poco de hambre. Entonces me pongo a pensar que sería más divertido hacer las paces con la vida y decir que me quiero tomar todo a la ligera, pausado, pensante. Pero ya me había metido en una avenida de alto kilometraje y tengo que seguir corriendo con las rodillas remelladas y los ojos todavía llorosos. 

Soy muy buena escribiendo acerca de los momentos catástrofe porque pasé gran parte de mi vida sintiéndome caos y descontrol embotellado. Había confirmado mi suscripción a la miseria e indiferencia y no esperaba nada realmente sorprendente de la vida. Recuerdo subir por las calles pisando hojas secas y viendo mis zapatos raidos como un reflejo claro de lo que era mi vida en ese momento, y lo que esperaba o creía que iba a ser mi vida por siempre. No había luz. No había nada de luz. No quería que hubiese luz porque no había por qué haber luz para una persona como yo que en ese momento no quería nada sino incendiarlo todo. 

Pero entonces crecí, y crecí muy rápido. Y tuve que hacer cosas, y deber cosas, y estar a cargo de cosas. Y fue difícil comprender cómo mi vida que estaba repleta de momentos vacíos y tristes, de repente estaba repleta de una compleja maraña de emociones positivas y experiencias felices y tareas que me hacían efectivamente un poco más "persona" de lo que había sido antes. 

Empecé a vivir dos vidas y me acuerdo de esto claramente porque yo no terminaba de creerme lo suficientemente persona cuando la realidad se me acercaba y yo no terminaba de sentirme completamente persona cuando las responsabilidades me crecían, y pasaba en un constante estado de disociación que me obligaba a ponerme al tanto de la realidad muchas horas después de que haya pasado.

Y eso ahora me pasa factura. Obviamente.

Ahora veo que retrasé la creencia en mi misma de una manera casi abismal porque de repente estaba arriba pero yo no quería aceptarlo así que solo asumí un estado vegetativo que me tiene viviendo una vida distinta, diferente, anómala. Yo no soy la misma persona que era ayer y eso está completamente bien. Yo no soy la persona que era hace un año y tengo que de una u otra forma llegar a comprenderlo porque si esto me sigue pasando factura, en algún punto no voy a poder pagarlo.

Estoy cansada, me digo. Estoy con depresión. O debería decir en depresión. Quizá solo soy depresión. Y eso me da un poco de aliento porque significa que hay algo que estoy haciendo que me hace estar deprimida, el verbo ser viene de la mano estar.

Escribo con pendientes y cansancio, aburrimiento y tedio de una cosa que me jala, siempre me jala, siempre hay algo que hacer, pero ¡carajo!, alguien ha de tener que hacerlo porque quizá el mundo sí se venga a abajo si no lo hacemos nosotros.

Comentarios

Entradas populares