La razón de ser de las catástrofes

Hablar del origen es innecesario, cuando las cosas ya han sido, tratar de idear la línea transicional que se ha recorrido desde que la situación comenzó a pasar es casi, si no absolutamente, inútil.

De nada me sirve saber que algo sucedió en un momento dado cuando no existe razón alguna para entregarle la culpabilidad de aquello que no existe, que no es, que no puede ser.

Tengo sueño, mucho sueño. Pero también me encuentro cansada y un poco agotada de todas las razones por las cuales una puede sentirse agotada.

Agotada un poco de la realidad, agotada un poco de la existencia, agotada un poco de las cosas que no podían ser y que no fueron, pero también de aquellas que debían haber sido pero que una vez que estaban siendo, perdían el brillo originario que las había hecho brillar y ser aquel maravilloso encuentro entre la vida y el cielo y todo lo que está bien en el mundo.

A veces siento que la cosa más fuerte que he tenido que afrontar en mi vida es nada más y nada menos que el haber nacido profunda e irremediablemente sensible. Siento las cosas con la arrebatadora fuerza del universo. Me convierto en el principio y el fin, sin mitades y sin medios y sin maneras de existir si no es al inicio o al final.


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