Te deseo alas y un buen viento - [Un Rayo de Luz - McEnroe]

Las Misivas, Diciembre 2020.

De los días en los que el amor tenía dos sílabas silentes y se pronunciaba despacito. 

(...)

Te quiero libre, corazón. Libre y sereno. Libre y volando. Libre y enamorado. Quiero darme la vuelta en mis días futuros y verte sonreído, soslayado, encantado de figuras redondeadas que se abrazan a tu cuello tan fuerte como la lluvia de enero. Figuras que te adoren con la fuerza de la lluvia de nuestro diciembre anterior. No te dejes amar sino es por un aguacero torrencial y terco que descubra nuevos pliegues en tu ropa y que se hunda profundamente en tu piel, que te revuelque el corazón y la mirada, que te abrace y cante despacito. Que te quiera como un absoluto, significante eterno de la profecía de la felicidad. Yo te regalo un día de la alegría más expansiva en el universo, un día repleto ondas y vibraciones asimétricas que se colen en todas las rendijas para dejar saber al mundo que vos eres feliz. Quiero saber que eres feliz, que eres dichoso y que tienes el pecho repleto de amor. 

(...)

Vos eres mis alas y un buen viento.

(...)

Concluye.

La frase "te deseo alas y un buen viento" se ha convertido en el staple romántico de todas mis ideaciones. No concibo un amor que no respire libertad y confianza. El saberse llevado por la corriente en medio del cielo y aún así tener una guía que le redirija los giros bruscos.

Nunca pensé que podría experimentar la necesidad creativa que el estar rota el corazón me generó. Revolvía mi cabeza entre recuerdos e imágenes que se fijaron a través de la corteza cerebral. Se reponían y repetían, constamente. No podía dejar de ver sus manos, no podía dejar de escuchar su voz, estaba casi segura de lo que diría respecto al posicionamiento del nuevo mandatario, y podía sentir su sonrisa, confiado en que el país estaba en buenas manos.

Había construido tantos puentes para recorrer su vida, y de repente, encontraba un velero navegando en una sola vía, sin retorno, a un islote diferente, en donde no había necesidad de entregarle la vida a nadie, porque el único habitante era mi futuro. Tomé la decisión la madrugada del domingo; aunqur veía ese buque desde hace meses, la intriga, el interés, el compromiso, y sobre todo, el amor, me permitían ignorarlo sanamente.

Zarpé en medio de una tormenta, nos encontramos en uno de los puentes que había construido temprano la mañana del lunes y le pedí que trajera con él, el libro que le había prestado la noche en que prometí convertirme en la curadora oficial de su arte, encargada de construir los puentes que nos permitirían compartir juntos los atardeceres de los siguientes quinientos-ochenta-y-cuatro atardeceres.

Verle llegar me desoló. Sentía su ausencia y no encontraba palabras para decirle cuánto lo había extrañado; al mismo tiempo, quería salir corriendo, romper todas las ramas que se cruzaran en mi camino y nunca regresar a ver por sobre mi hombro. Le tomé la mano y agradecí su llegada, él confiaba de que se trataba de nuestra visita nocturna diaria, el beso-de-buenas-noches que nos acompañaba durante el retorno a casa, y que expiraba cinco minutos antes de la visita de la noche siguiente. Sacó de su maleta a Sábato, me dijo que no lo había terminado de leer, es decir, lo había leído un poco y no se acordaba mucho, pero cumplía con el deber sagrado de devolvérmelo a pesar de que tenía pensado leerlo pronto, quizá algún rato.

Nos dimos la mano y empezamos a charlar; empezó a contarme de su semana y de la tonada compleja que se componía en su casa al anochecer, eso le hacía sentir abandonado y un poco triste. Me mordí los labios para no lanzarme a su abrazo y preferí darme la vuelta para no verle martillar sus pestañas entre frase y frase. 

Cuando empecé a hablar, tuve que recordar el objetivo y la razón del objetivo. La madrugada anterior había decidido continuar con mi trayectoria y al empacar para la barcaza tuve que quemar muchos de nuestros recuerdos, empezando por la extensa colección de vinilos que guardaba en mi biblioteca. No había vuelta atrás, si la conversación tomaba otros rumbos, tendría que recordar que lo que había hecho era tan visible, tan existente, tan real, que no podría ocultarlo mucho más y eventualmente regresaría a ese puente a sufrir una despedida premeditada pero fallida en la primera ejecución.

El veredicto fue a mi favor, nunca protestó. El silencio que nos guardaba y protegía de repente se convirtió en una ensordecedora sinfonía de murmullos. Los "te quiero" que habíamos dibujado en la noche empezaron a parpadear y me volcaron un sinfín de emociones confusas; nunca más podría verle a la cara y decirle que era mi ser humano favorito. Nunca más estaríamos juntos bajo el sol veraniego, hablando de música, y tristeza, y amor, y tomando café con tartaletas de arándano. Nunca más recostaría mi cabeza en su pecho antes de caer en el abismo de las conmiseración, solo para sentir cómo sus brazos me aguardaban pacientes al otro lado. 

Esa madrugada tuve que decirle adiós a mi vida; no había entendido la profundidad de mis palabras cuando las ejecuté, no había trayectoria, no había ejemplos ni escenarios idealizados. Lo había hecho sin consideraciones absolutas y completé el recorrido de lo que creía duraría para siempre, en tan solo una noche.

A ratos me abruma todavía lo brusco que fue decirte adiós, lo complejo que resultaba querer quedarme queriendo irme. No sabía cómo más actuar en emergencias y vos, silente como de costumbre, asentías y acatabas mis pedidos. Ojalá te hubiese oído una vez más, yo nunca te dejé de querer. 

Emprendí mi viaje y recorrí a la distancia todas las calles en las que un día te amé vocalmente. Ansiaba dejarte en un recuerdo, pero después de muchas noches insomnes con mis memorias, acepté que no te irías de mi vida nunca, que tu voz y tus manos se quedarían por una eternidad en mi cabello, y de alguna forma eso empezó a reconfortarme. Sigo creyendo firmemente que te mereces un amor renovador y profundo, que no dude ni un segundo de tomar la vida por las riendas para recorrerla de tu lado. Guardo esperanza de que me recuerdes con cariño, o al menos a los momentos en que me había jurado ser tuya, con mi mayor convicción, con toda la fuerza de mi corazón, con cada pensamiento.

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