Lou Reed - Walk on the Wild Side

Hace dos horas el cielo se prendió en llamas; había pasado la tarde entera cubierto de nubes rezagadas y el sol pasaba tenuemente por entre ciertas rendijas que se habían olvidado de asegurarse, el viento se movía reacio en la parte inferior de la tierra y a penas tocaba las frentes de los que se aventuraban fuera de su casa. El cielo estaba encapotado, cubierto y olvidado. Es decir, estaba encima nuestro pero mantenía su pesadez ignota, fingida ignorancia, obvia sensación de querer que no esté ahí. Y además, el color gris es feo y no acentúa las verdes púas de los árboles que delimitan horizontalmente la ciudad.

Pero en algún momento, el gris se convirtió en rosa, y el rosa se incendió. Las ventanas reflejaban las llamas y corría la sensación de un pavor quieto, ¿qué haríamos si empezaran a caer escombros celestiales? Aún no me deshago de la idea convencional de un cielo amoblado, sillas Luis XVI y monoambientes que predican paz digna de la presencia de una deidad bondadosa. Me imagino a un Dios reverente y complacido de su obra, marcando pasos tibios al rededor del Universo, espiando a toda la vasta inmensidad de vida que pobla la tierra a traves de diversos monóculos que despejan las nubes que conforman su superioridad y enfocan la zona en donde caminan sus creaciones. Dios usa un monóculo.

La ciudad se quemaba bajo un sol contraído, las ventanas reproducían las llamas, las paredes se teñían de fuego y sobre nosotros, caminaba Dios con su lente único, colgado de uno de sus infinitos bolsillos y esperaba, paciente, por la subida del viento, en misión directa a apagar el fuego que alumbraría la tarde de un día sin mayor gracia, encapotado y gris.

{delascincuentaysietemilhistoriasqueteescribí - febrero diez del dosmilveintiuno}

Comentarios

Entradas populares