Bolsilos infinitos para libros enarenados.
La eternidad te cabía en la palma de la mano: te deseo alas y un buen viento.
La bajada pedregosa de la callejuela que habíamos encontrado en medio de nuestra caminata de la tarde me recordaba por qué era importante viajar con zapatos que me abrazaran los pies; las sandalias eran prácticas al momento de llegar a la arena, podía arrancarlas y correr en busca del agua sin tener que pensar dos veces, pero si mi objetivo era el recorrer la ciudad empedrada, debía buscar un sustituto. Mientras recordabas qué habíamos enlistado como actividades para realizar durante nuestro viaje, yo me aferraba de la manga izquierda de tu camisa en un desesperado intento por no tropezarme, y convenía con todas las decisiones que salían de tu boca. Al fin y al cabo, siempre terminábamos haciendo cualquier otra cosa y las listas quedaban únicamente como registro del lugar a donde habíamos ido, con las actividades que nunca se hicieron; un lindo recordatorio del ir a la deriva y un sentimiento profundizado de espontaneidad.
Al fin llegamos a un mercadito al tope de la calle, las mesas se esparcían entre ambas veredas y dejaban un lugar amplio en la curva del callejón, ahí la gente se reunía a conversar y a tomar cualquier cosa que tuviesen en sus jarros. Divagamos por algunas de las mesas sin encontrar cosas distintas de lo que habíamos visto ya por toda la ciudad en cada una de las ferias que encontrábamos, es decir, las artesanías son siempre identificadores de la ciudad donde estás, y si vas a la playa, no esperas encontrar más cosas que aretes de cáscara de coco, y llaveros de coral.
Me separé de vos cuando encontré un rincón alejado de las demás mesas con un letrero particular y desolado, "Libros Gratis para los Bolsillos". Idea maravillosa, llévate todos los libros que te quepan en los bolsillos. Como era ya costumbre, dejaste tu monótona admiración por llaveros que no comprarías nunca, y seguiste mi repentina desesperación por repletar nuestro librero de vuelta en casa. Sin decir una palabra, abriste los infinitos bolsillos de tu ropa y dispusiste su espacio para mi curiosa necesidad de visitar memorias en títulos de novelitas cutre.
Agradecí tu gesto con un beso en la frente y vos hiciste un gesto entre guiño y sonrisa soslayada que nunca supe identificar con una palabra del diccionario, quizá porque era muy tuyo y nadie más que yo lo podía haber identificado.
Regresar a la vía principal nos tomó un poco más de tiempo, quizá porque nuestros bolsillos cargaban todos los títulos habido y por haber, y las manos estaban melosas después de haber comido cada uno un dulce, decidiendo que era buena idea juntar manos después para ir a ver la arena. Quise ir primero a dejar los libros a la casa, pero sabías vos ya que era una vana excusa para liberar bolsillos y obligarnos a rellenarlos nuevamente con piedras y corales que encontrásemos en la orillas. Me sabías bien. Nos dirigimos entonces directo a la playa, nos echamos bajo un arbolito hasta la madrugada y regresamos a dormir a la casa con el sol naciendo y mucha arena entre los libros.
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