Declaración de intenciones: la suavidad del azul cerúleo.
- Tienes la piel desgastada, ¿cuántas noches has dormido en la sala?
Pero Manuela no respondió, tenía la mirada fija en el agujero que se había empezado a abrir camino en la tela del hombro derecho de la camiseta del Federico. Durante la mudanza había agarrado esa zona en un clavo saliente de alguno de los muebles, nunca la llevó a componer porque se acercaba un verano ficticio y nunca está de más tener un lugar por donde la piel pueda respirar. La Manu había prometido que le cosería las camisetas y camisas, que le pegaría los botones y cortaría las hilachas que colgaban de las bastas desgastadas de sus pantalones, había dicho también que se tejería un saquito gris para usar dentro de casa, cuando no te apetece existir más allá de tu metro cuadrado. Pero era septiembre y Manuela estaba triste, consumida y acabada. Sus temporadas azules eran largas madrugadas contemplando una pared bien conocida, llantos incoherentes en medio de sábanas que olían muy fuerte a suavizante y portazos decididos a retumbar el esqueleto de la casa, se acababa esta tristeza con la venida de un nuevo viento, pero desde que había movido sus cuatro cajas, cama, libreros y anaqueles a un nuevo espacio, menos ruidoso y más iluminado, las semanas seguían pasando sin que el tinte cerúleo desapareciera de sus ojeras.
Cómo me gustaría saber cuidarte, Manuela. Yo te dibujo y yo te escribo, te di una casa y una cabellera, mordí tu lengua para que tus palabras sean las mías y aún así no entiendo cómo cuidarte, Manuela. Profeso una fascinación reverencial por tu nombre y me entrego entera al disfrute de tu existencia, venero tu mirada y sueño con tu boca pronunciando mi nombre. Vos no me conoces, Manu, vos no sabes de mí. Vos no puedes soñar en pensarme, no tienes idea que mi paladar se curva con tu ensueño y provoco incendios en tu nombre. Manuela, yo soy vos y vos eres el todo; eres la palabra que me sobra en las mañanas y los llantos, subterfugios del alma, que regaron tu jardín florido de begonias y buganvillas. Leerte es saberme entendida, escribirte es pensar en tu vida interpretando mis movimientos y juntando nuestras manos en un abrazo corpóreo y realizado aunque no pudiese ser nunca, porque no son ni existen a la par, como vos y yo que somos una, no existimos sino en el reflejo cristalino de algún lugar.
Manuela, empaco mis tristezas en una maleta y te la envío para que las dobles vos. Guárdalas en tus cajones y bésame la frente para saber que estoy bien. Quiero dejar de dormir en las mañanas, Manuela, quiero dormir de sueño, quiero soñar. Manuela, ¿querís bajar al riachuelo y ver el agua pasar? Me quiero dejar crecer las raíces en el balcón, es primavera, el sol me alimenta y quiero ver el agua con vos a mi lado. Solo en vos confío para ser triste, me declaro vencida en la suavidad de tu abrazo. Manuela, cómo me gustaría saber cuidarte, Manuela. Vos que haces tanto por mis manos, déjame lavarte el cabello, déjame cuidarte a media luz. Sé conmigo, sé a mi lado.
- Manuela, dijo el Fede, ¿cuántas noches has dormido en la sala? tienes la piel gastada.
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