«Balada para un loco - Astor Piazzolla»
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste? Salís de tu casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en bus. Cuando, de repente, de atrás de un árbol me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en un viaje a Venus. Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies y una banderita de "Taxi Libre" levantada en cada mano. ¡Te reís! pero sólo vos me ves, porque los maniquíes me guiñan, los semáforos me dan tres luces celestes y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení! que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita y te digo: ya sé que estoy pianta'o, pianta'o, pianta'o.
__________________________________________________
Ya ni siquiera es divertido decir que estamos en cuarentena o que pasé por un momento difícil de la vida en medio de un momento difícil de la vida de todos; ya no es un justificativo válido para ser una persona basura, ni tampoco favorece los perdones que la gente te concede por las mierdas que les haces. Ya no me gusta la palabra cuarentena aún cuando mi yo cataclísmica celebraba el sentido caótico y radicalmente de terror que significaron los primeros tres meses de encerrarse en la casa y taparse entre una concha y otra. Quizá todos la vivimos de la misma manera pero a mí me retuerce el vientre pensar en todas las veces que mi tragedia personal se interpuso en media garganta y frenó las voces que recordaban a todo el mundo lo mal que la estaba pasando; entonces, viene aquí mi gran faena de la vida: -ojalá no fuese solamente de vida encerrada- pensar en el mundo fuera de la cotidianidad de mi cuerpo y del falso gusto que encuentro en hacer todo acerca de mí. Todo se habla desde la primera persona en singular de la elisa; todo se interpreta desde aquel cuerpecillo redondo y cortito que se pasa los días entre humo y café; y por eso todo se encuentra tan confuso y lejano y aburrido y cortante y frío.
Cercenarse los sesos con una ametralladora de voces. Me retracto de todas las veces que dije que leería algo para no tener que oír algo más, es necesario escuchar a las personas. ¡Cómo no les va a parecer necesario escuchar lo que las otras personas tienen para decir! Me vuelvo loca de tanto hablarme, el sentido reconcomitante que me produce el hombre feo que encabeza el show de mi monólogo interno me revuelve las tripas y no encuentro escapatoria. He dicho que busqué en todos los cajones pero no logro encontrar la llave que abre la puerta para salir de mi propia guarida. He sido nube y he sido montaña, me revuelvo en lodazales y convierto mi alma en una cueva oscura y húmeda. Me tiembla el párpado del ojo izquierdo y la piel ya no es tersa como hace algunos años. Aunque en realidad nunca ha llegado a ser como la superficie de una hoja selvática porque siempre he tenido la cueva y la montaña en mi organismo, el sendero nublado sube directo a la cabeza y desemboca en mis lagrimales. Lloro nubes en medio de mi coraza-montaña. Lloro nubes en medio de mi coraza encovada y virulenta.
Cuando reclino mi cuerpo hacia alguna otra fuente de calor que no sea la sábana que me ha acompañado toda la vida, peligra mi sentido del equilibrio y frena la razón. Quisiera encontrar las palabras para decir que necesito, urgentemente, de alguien que me abrace los miedos. De alguien que me sostenga el paraguas mientras camino silenciosa por una avenida desolada. De alguien que no haga preguntas ni que dude de mi desaprobación irresoluta en contra de los matrimonios eclesiásticos, porque sólo en esa institución, y en esa institución únicamente, se encuentra apiñado el roble que erige el patriarcado y los males del mundo, y el día en que la gente deje de casarse con un cura de por medio, el universo va a temblar y a temblar hasta destruirse y quedar en cenizas, las cuales únicamente han de servir para encender nuevamente el fuego que dará vida a algún otro montón de átomos apiñados, donde seguramente no exista otra yo. Otros átomos que quizá no hagan de menos la vulnerabilidad que le corresponde a cada persona, y que quizá sepan vocalizar las necesidades y los límites hasta donde alguien más puede meter su alma en tu alma y donde las pasiones no sean tan breves y avasalladoras que te dejen con hambre siempre.
Ojalá supiera encontrar una sombra callada y lastimera que compartiese su vida conmigo sin reclamar reivindicación e independencia. Me canso de la gente porque simplemente no entiendo cómo funcionan, y después de haber pasado veinte años leyendo el manual y reiniciando el juego, me encuentro aún en el primer nivel. No he ganado nunca, y me recorre la audaz sensación de que hago las cosas constantemente mal, respecto a todos, respecto a todo. Quiero una sombra que me cobije en los días grises cuando me apena ser yo, cuando le pongo pausa al juego y me olvido de los que me rodean, cuando me declaro insolvente y amarga, terrible para defender mis fronteras. No puedo ser yo cuando bajo a la cueva de mi alma, ¿cómo te explico eso?
Mi casa se ha caído muchas veces. Hoy puedo ver todas las ranuras que se han abierto a lo largo de la historia. El viento silba por entre los agujeros y me hiela la piel. No me gusta mi piel. No me gusta tener que cuidar mi piel mientras sostengo las vigas de mi casa. Es inútil querer tener la piel bonita cuando he pasado todo el día arrimada a la pared del cuarto, reclamando estabilidad y firmeza, cuando todas las energías se han caído por el caño y me he bañado casi muerta.
Extraño la idea positiva de esperanza que surgía en todo lado en marzo. Es decir, estábamos tristes y éramos conscientes de la tristeza, pero aún no se había derribado nada, sólo nos habían avisado de la guerra y estábamos poniendo la mesa para ir a tomar el té.
Comentarios
Publicar un comentario