De por qué Mr. Tambourine Man es la mejor canción de la historia.

Though I know that evening's empire has returned into sand, vanished from my hand. Left me blindly here to stand but still not sleeping. My weariness amazes me, I'm branded on my feet, I have no one to meet and the ancient empty street's too dead for dreaming. Take me on a trip upon your magic swirling ship, my senses have been stripped, my hands can't feel to grip, my toes too numb to step. Wait only for my boot heels to be wandering, I'm ready to go anywhere, I'm ready for to fade into my own parade. Cast your dancing spell my way, I promise to go under it. Though you might hear laughing, spinning, swinging madly across the sun, it's not aimed at anyone, it's just escaping on the run, and but for the sky there are no fences facing, and if you hear vague traces of skipping reels of rhyme to your tambourine in time. It's just a ragged clown behind, I wouldn't pay it any mind, it's just a shadow you're seeing that he's chasing. And take me disappearing through the smoke rings of my mind, down the foggy ruins of time far past the frozen leaves, the haunted frightened trees, out to the windy beach, far from the twisted reach of crazy sorrow. Yes, to dance beneath the diamond sky with one hand waving free silhouetted by the sea, circled by the circus sands with all memory and fate; driven deep beneath the waves, let me forget about today until tomorrow.

    Debe haber sido una madrugada estival del dosmildieciséis cuando oí por primera vez esta canción. Sonaba la radio a todo volumen en el baño amarillo de la casa que me vio padecer de adolescencia. Estaba entrando o saliendo de esa habitación y regresaba a la cama después de quién-sabe-por-qué me habré despertado; eso sí, estoy segura de que estaba contrariada y fatigada como casi todas las madrugadas de ese año. Había aprendido a hacer las paces con el sonido amorfo que repiqueteaba las paredes y me convencí de que cualquier intento de cambiar la situación sería inútil. Fue en ese momento de la vida en que me abracé más cerca las idealizaciones y a encontrar un segundo plano donde existir, y descubrí la disociación voluntaria. No se trata de ninguna maravilla interesante o de desorden mental alguno, simplemente me facilitaba vivir el abstraerme a cualquier dosis de realidad que se alejase a mi situación presente. Entonces dejé de querer vivir como las personas al rededor mío y adopté la postura flemática que aún ahora me acompaña -aunque hoy es más lejana, la crítica aguda al comportamiento y la inflexión de persona siguen siendo las aristas que modulan mi voz- a pesar de haberme exfoliado profundamente el alma y la piel.

    Me vestí de apatía y razón, conjugué mis ideas con la rabia inexpresiva que me devoraba a las tres de la mañana y aprendí a modular los exabruptos. Paré firme la mirada y la dirigí a una pared imaginaria que encontraba detrás de todas las personas que me hablaban, así aprendí a ignorar los deseos externos que no presentaban una bandera de urgencia; dejé de hablar con la gente sino por necesidad. Pero también me volví melaza, suavidad y terciopelo; nada pasaba por mi sin sentir una oleada profunda de amor y cuidado, era la innecesaria compensación de cariño y el subeybaja emocional que me cargaba a diario. Pero no está mal, nada de eso está mal. Es más, está absolutamente bien porque hoy lo veo claro y lo veo como fue, develado entre las brumas que en ese momento me esforzaba por crear.

    En fin, nada de este párrafo anterior significa mayor cosa, lo que importa es que Mr. Tambourine Man me arrulló alguna noche, y mientras pataleaba por dormirme, me dejé acunar en su armónica. Anoté en el celular unas cuantas frases que me ayudarían al día siguiente a reconocer qué canción era y me dejé seducir por lo que siguió. Esa mañana busqué la letra e identifiqué inmediatamente cómo se llamaba, parecía destinada a ser mi canción favorita de la vida porque había llorado, dormido y sonreído con ella, en un periodo de tiempo cortísimo y lo suficientemente fuerte como para determinarle lugar tan importante en mi vida. Y en realidad, el primer mes me debe haber parecido algo horrible, quizá incluso el primer año. Definitivamente fuera de ese espectro de tristeza y necesidad absurda de un brazo en donde llorar, el sentirse protegida por unas cuantas notas me generó esa dependencia emocional respecto a su letra y a lo que escucharla significaba. Solo yo -hasta este momento, claro está- sabía cuánto significaba esa canción, cuánto me había marcado, cómo me había sanado, e incluso quizá, cómo me había salvado. Así que dije que era mi canción favorita, aunque sus melodías me sonaran un poco chuecas y no terminara de enamorarme de sus versos. 

    Cada fin de año subo a la terraza de la casa de mis abuelos a las doce de la noche y recibo el inicio de un nuevo momento en el calendario con una canción, frío y mi soledad. Es mi ritual, lo único que ha cambiado desde aquella primera vez que Mr. Tambourine Man fue la primera canción escuchada en el año es que ahora me acompaña una copa de vino. Y así. 

    Pero todo esto es diferente, todo. Todo. Yo, sobretodo, y quizá por eso me gusta tanto y tan profundamente esta canción. Hoy sí es mi canción favorita y me parece un poema digno de aprenderse de memoria para recitar en el auto cuando estás bajando a la playa y es de madrugada y estás curvando las carreteras imposibles de Santo Domingo y te duele la cabeza y los oídos se te tapan y tomas agua y masticas un chicle de menta y empiezas a recitar Mr. Tambourine Man porque es la canción más preciosa de la historia y tú eres una nostálgica empedernida y añoras el día en que la vida sea luz y oírla no te recuerde a nada sino a tranquilidad.












Comentarios

Entradas populares