When you say - Fleetwood Mac
Tripeo con lo gigante que es en realidad el mundo y lo mucho que me hace falta por vivir. Qué desazón pensarme encerrada entre cuatro paredes, qué fortuna equívoca tendré que recorrer antes de llegar a esa plenitud exacerbada de la que todos salen listos para adueñarse del mundo. Añoro cielos despejados y atardeceres cerúleos, flores secas sempiternas madurando en una botella de vidrio verde, música y viento fresco de verano.
Suelo reducir mis visiones a lo que hasta hoy me ha nacido de las manos, peco en demasía de un absurdo (más pretensión que nada) conocimiento absolutista de mis callejuelas y digo haber recorrido todas las hondonadas que las rodean; es patético pensar que el mundo se tiñe con dos colores, que las tintas de tu infortunio son las únicas que circulan por el mundo.
Pero también es bello vivir el desamparo de la no-grandeza y azorarse con los breves destellos de ilusión que florecen de tiempo en tiempo. Oriunda de la espuma, mi alma encuentra sosiego en los relatos de ultramar que prometen un universo paralelo sumergido en litros de sal y aguamarina. Me tranquiliza saber que tarde o temprano mi turno para recostarme bajo el sol, en un jardín florido de amapolas y buganvillas, llegará y sabré abrir la puerta que colinda con la razón.
Espero, espero, espero. Se me va la vida esperando y acomodando y creyendo que no hay salvación para aquellos que nacieron en un despeñadero; que la única razón por la cual me sabrían perdonar los dioses sería si arrancara todos mis cabellos, de uno en uno, mientras los enumero y relato mis pecados, mis deseos oscurecidos por la aflicción. Digo siempre, y coincidencialmente a la misma hora de todos los días, que no me queda mucho tiempo en esta mortaja de tristeza, que mi caparazón ha decidido migrar lejos, que me espera para el día en que me muera, acogerme en sus remansos melancólicos y abrigar mi partida entre aceites perfumados y llamas altas, mi cuerpo bajará por un río y sabré que fui feliz.
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