sorcières - pomme

Tratar de evocar recuerdos se ha convertido en mi nuevo vivir, y dibujar escenarios de días imposibles alimentan la imaginación volátil que acompaña a estas primeras alucinaciones. Me gustan los colores cálidos, hace algunos años descubrí que se puede vivir el sol desde una postal amarilla en medio del invierno, no me sirve de mucho retratar todo de azules y grises porque al fin y al cabo, siempre termino confundiéndome y me pierdo en mi propio telón. 
Curioso, encontré la razón para mi tez cerúlea pero no logro entender cómo alejarme para siempre, sé qué debería hacer pero no cómo debería hacerlo, cómo llenarme los pulmones de la valentía que me hace falta para salir corriendo de ahí. Históricamente se ha demostrado que la vida no es nunca como una la imagina la tarde del cuatro de agosto del dosmildieciséis mientras está sentada renegando de la vida en alguna terraza soleadita, los planes siempre se descarrilan y eso es, en definitiva, lo que nos llena de alegría y tranquilidad. Porque sí, yo estaba descorazonada pensando en que me quedaría hundida en este lodazar por lo que me quedara de días respirando, pero cuando abrí bien los ojos y terminé de despertar, pude notar que no había una sola puerta en todas las salidas, ni en las entradas, tampoco. Podía volver por el camino que había recorrido los últimos años y también podía jugar a la suerte y cerrar los ojos mientras me adentraba en algún camino desconocido. Hice algo similar a la suerte, no tenía plan de contingencia, podía salir todo mal y me hubiese visto toda confundida en ese momento, en definitiva, sí, una suerte de suerte. Pero es precisamente esa la razón por la cual me contrarió tanto todo lo que habría de suceder después, me perdí en mis propios planes que no eran sino un grito estúpido de ayuda. Sabía bien que no quería la vida que me estaba cargando a los hombros, pero sabía bien también que no podía hacer otra cosa yo sola. Ah, carajo, qué terrible fatalidad esa de cerrar la boca y asentir las órdenes del ente superior que es esa voz testaruda que nos revuelve la cabeza. Estúpido monólogo, no me interesa nada de lo que me digas, tus líneas me las aprendí pero no concibo aún cómo des-perderme. 

En fin, resulta que aquellos días estaba convencida de lo que significara ser de tal o cual manera y me había estacionado firmemente en un lugar específico del que no pretendía moverme jamás, quería enraizarme y crecerme -pertenecer-, al fin, a algún lugar. Pero no se pertenece por el tiempo en que una ha pasado clavada en la tierra de algún huerto, se pertenece cuando las hojas dejan de temer caer y convertirse en el abono de la misma tierra. Y también está bien no pertencer, no enraizarse, no dormirse en algún laurel, está perfectamente bien no encontrar nunca ese lugar, pero es mi acometido personal hacerme un huerto precioso y florido, no busco sino un lugar donde dar la vuelta y gritar hogar. Recupero mis argumentos para afirmar que deberían vender voluntad y valentía embotelladas, yo creo que sería un negocio revelador, además de un gran avance científico que no haría sino reverdecer los pajonales personales que encuentro por todos lados últimamente. Lo único que nos falta es valor, valor para dejar de ser tan volubles ante nada y ante todo. 

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