El porcentaje nacional de días catástrofe aumenta - Informe a la nación

Los días catástrofe son como los torrentes que acompañan las aceras en los aguaceros del mayo quiteño. Se llevan todo, arrastran las hojas y el residuo de la última asfaltización, obstruyen los sifones deficientes del municipio y rellenan hondonadas con capas espesas de lodo. Los días catástrofe resuelven dejarte sin fuerzas y esperan pacientes a tu última lágrima del día para abrir las ventanas y dejar que el olor de la ciudad dormida se convierta en tu remanso. Cómo no va a ser reconfortante ver tantas luces en medio de la soledad, -quizá si me comprara todas las guirnaldas de luces que encontrase en mi camino no estaría tan sola-. Los días catástrofe me dicen que no puedo ser feliz y toman mi cara entre sus dedos gélidos, destruyen mi pecho con sus dolores recurrentes y acercan su aliento a mi frente; con los labios sobre las cejas pronuncian los peores presagios y me atormentan con narraciones inútiles sobre un futuro que no quiero vivir. Los días catástrofe me destruyen, quedo varada en medio de una vía sin transeúntes y me acuesto en medio la calle, me acuesto a llorar porque no sé hacer nada más. Lo que más me enoja de llorar hacia el cielo es que las lágrimas me resbalan por las sienes y me recorren el cabello, rebuscan mis oídos y me constriñen aún más.
Me gustaría poder controlar la asiduidad de los días catástrofe, hacer estadísticas de cuántas veces al año he entregado una categoría tan baja a los días. De trescientos sesenta y seis días que tuvo el dos mil veinte, la alcaldía determinó que el setenta y siete porciento de los mismos fueron días catástrofe. Después del primer mitin del dos mil veinte y uno, en donde encabezaron la mesa de negociación la representante oficial de la Alcaldía y el grupo de estadistas nacionales, se decidió incrementar la comunicación con la Central de Sentimientos, requiriendo un informe previo a la publicación de sensaciones dirigido a la alcaldía con el fin de prevenir que la catástrofe envuelva todas las publicaciones de dicha oficina. Así también, la ciudad acogió con beneplácito la recomendación realizada por el grupo de estadistas para revisar los filtros lacrimonasales y renovar los contratos con la Agencia de Bienestar y Cuidado Personal que había estado encargada de suministrar las dosis externas de dopamina después de la tragedia acontecida con la Nacional de Dopaminas, la cual obligó al cierre de la empresa pública y generó conmociones por la privatización de hormonas. (La Nación, un día supuesto del 2021) Los días catástrofe son sorpresivamente fuertes y explicarme resulta más difícil de lo que nadie creería, tengo un pánico enterrado en la garganta, no debo decírselo a nadie, no debo comentarlo con nadie, el bienestar de la alcaldía de este pecho mío se encuentra en mis manos y en mis manos solamente. Pero yo no tengo idea alguna de cómo lidiar con los días catástrofe cuando aparecen renovados, cuando su cepa ha mutado y de repente todas las armas que había destinado para su combate resultan insuficientes y débiles. Las puertas de mi ciudad ceden fácilmente ante el oleaje cataclísmico de los días catástrofe, son bisagras de madera, puertas de cartón, son muros y pajonales inundados de moho y yo no puedo evitar el caer en un abismo de agua salada. Cuando los cielos se despejan y la neblina pavorosa me abandona creo poder tomar un navío acostumbrado a las aguas internacionales y salir, viento en popa, hacia un lugar brillante y feliz. Brillante y feliz, brillante y feliz. Soy yo un paisito tercermundista que se acomoda en su miseria, en un rincón de la casa, listo para gritar ayes y socorros silenciosos. Soy yo un paisito con el corazón chueco, y una sola alcaldía funcional en medio de la crisis del sistema porque un maremoto nos ha sacudido y no tenemos los insumos suficientes para restaurarnos, nos robaron las madrugadas y los parques, las veredas y el sol, nos robaron Guápulo y nos robaron las fuerzas para levantarnos y decirnos merecedores de un mejor mañana. Me despido del día catástrofe que fue ayer, me siento ridícula llevando a la Tristeza entre los brazos, velándola aún y esperando a que se duerma. La Tristeza recuesta sus cabellos en mi almohada y llora con vehemencia su noche larga, no le gusta quedarse sola en mi habitación a media luz. Me pide que le cierre la puerta si es que me voy a ir. Aún no salgo, entre uno despedirse y dejar la habitación en la que está pueden pasar eternidades.

Comentarios

Entradas populares